domingo, 28 de octubre de 2012

EN COMPAÑÍA DE GRAFÍAS Y NACHO


Libros de geometría, español, sociales, historia, y filosofía, era lo que llenaba la biblioteca de mi casa, elementos muy cuidados por mis hermanos quienes me repetían constantemente  –No los vaya a rayar- sin embargo, pocas veces me explicaban lo que en ellos decía, así que de la misma forma su petición no era cumplida, de manera que cuando se iban al colegio  me armaba con un esfero kilométrico y empezaba a copiar en tan preciados libros cuanto aviso veía.
Cuando mis hermanos llegaban de estudiar,  se escandalizaban y lloraban al ver lo sucedido, e iban ante mi madre con un gran pliego de cargos, y ella tiernamente respondía –regálale una hojita y tenle paciencia porque ella es pequeña- respuesta no bien recibida por ninguno de ellos.
Al cumplir cinco años mis padres fueron en busca de la solución, el preescolar, que en ese entonces eran pocos. Sin embargo después de mucho buscar, llegaron al Liceo Académico Luis Flórez, allí inicie el grado transición con la profesora Isabel, una persona tierna y tranquila que me recibió con gran cariño.
Después de algunos días pasó lo que tanto había soñado, en el colegio me pidieron libros y una gran lista de útiles escolares, entre los que se encontraba el texto Grafías y la cartilla Nacho, con la que inicie mi proceso de lectura.
Pero la profesora decía que era necesario aprender el abecedario, el que sabia de memoria, pero que no tenia ni la mas remota idea de lo que significaba. Además decía que debía “soltar la mano” para aprender a escribir, razón por la cual  tenia que hacer largos ejercicios de pre escritura en libro Grafías y en el cuaderno ferrocarril, donde con dibujos de ratones aprendí a hacer la letra m y a unirla con vocales y así lograr escribir la palabra mamá, palabra que se convirtió en un sello característico, pues en cada lugar que podía la escribía, aunque ya no lo hacia en los libros de mis hermanos.
Luego aprendí la p y con ella a escribir la palabra papá, de manera que podía construir oraciones como “papá y mamá me aman” y de la misma manera con todas las letras del abecedario.
Finalmente aprendí a leer y a escribir, magno evento del que se tenían que enterar todas las personas que visitaban mi casa, pues debían sentarse en  la sala a escuchar alguno de los textos de las páginas finales de mi cartilla Nacho.           

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